No es oro todo lo que reluce, ni toda la gente errante anda perdida.

Reflejo

6 febrero, 2010

Siempre me han dado miedo los espejos. Cuando era pequeño había un espejo en el salón de casa que se veía perfectamente desde mi habitación. Así que por las noches, cuando miraba hacia la puerta, veía el espejo. Cuando había poca luz, yo veía sombras, incluso caras en él. Eso me hacía pasar un calor terrible en verano, ya que casi todas las noches acababa por levantarme, con los ojos cerrados para no ver mi propio reflejo deformado por la oscuridad, para cerrar la puerta, lo que hacía que mi habitación se convirtiera en un horno a los pocos minutos. Mis padres decían que era normal ver cosas raras en la oscuridad, y que tenía que enfrentarme a mis miedos.

Cuando tenía once años nos mudamos de casa y yo ya no tenía que enfrentarme con el espejo todas las noches. Desde entonces no había tenido ningún problema con los espejos.

Hasta hace un año.

Yo era feliz. Había acabado la carrera hacía dieciocho meses y había conseguido un trabajo estupendo que me permitió empezar a pagar una casa propia. Así que me mudé. A las dos semanas de haber estrenado la casa, ya estaba todo colocado. Había conseguido un permiso en el trabajo expresamente para eso. Todos los muebles eran nuevos, la casa era nueva y yo me sentía nuevo. Si todo iba bien, mi novia se mudaría conmigo a los pocos meses. Repito: era feliz.

Una mañana, después de afeitarme me quedé mirándome en el espejo, calculando el tiempo que me quedaría de pelo, ya que mi calva era más que incipiente. Ahí estaba yo, medio calvo y sonriente. Pero había algo que fallaba. No sonrío por las mañanas, cuando tengo sueño. Yo no estaba sonriendo.

Pero me estaba viendo con una extraña sonrisa que no se trasladaba a los ojos. Tenía unos ojos fríos, sin sentimientos. Tampoco eso estaba bien. En ese momento yo debía tener una expresión de terror. Me alejé del espejo tambaleándome hacia atrás, y me caí. Desde el suelo el espejo parecía normal, sin ningún reflejo extraño. Me levanté y me asomé al espejo muy despacio. Pero no, mi reflejo era normal, con la cara muy seria y los ojos aterrorizados. Pestañeé varias veces y yo seguía ahí. «Creo que tendré que ir a desayunar urgentemente», me dije a mí mismo. No le di excesiva importancia al hecho.

Pero a la semana siguiente se repitió el suceso. Mi reflejo no era el mío. Volvía a tener la extraña sonrisa y los ojos fríos. Salí corriendo del baño y fui a verme al espejo del recibidor. Era normal. Recordé mis experiencias con el espejo de mis padres, y decidí deshacerme del espejo del baño. Compré otro, tras cerciorarme de que el reflejo fuera normal y lo coloqué.

Pero al día siguiente volvió a pasar. Mi reflejo sonreía y me miraba con ojos fríos. Y no sólo eso, el espejo del recibidor me hacía lo mismo. De hecho, todos los espejos me miraban sonrientes. Se lo dije a mi novia, que se lo tomó a broma. Nos pusimos los dos delante del espejo a mirarnos.

-Vale, ya está -me dijo ella-. ¿Y ahora qué?

era normal.

-No sé, quizá deberíamos esperar un poco.

Cuando llevábamos un par de minutos vi que el reflejo de ella sonreía. La miré a ella y no, no pasaba nada, ella también estaba sonriendo.

-Muy divertido. Venga, vámonos ya.

Y se fue. En el momento en que ella cruzó por la puerta, mi reflejo sonrió.

Desde ese día, cada vez que estaba frente a un espejo a solas, mi reflejo no era el mío. No sólo sonreía, a veces se me quedaba mirando con los ojos muy abiertos, otras incluso parecía que me hablaba. Incluso unas pocas veces permanecía en el espejo incluso cuando yo me alejaba.

Me estaba volviendo loco. Mi novia me dejó, quizás debido a que era incapaz de afeitarme ni hacer nada delante de un espejo, lo que hacía que mi aspecto dejara bastante que desear. En el trabajo empezaron a dejarme de lado dado a mi extraña actitud. Intenté solucionarlo visitando algunos psicólogos y psiquiatras, pero aparte de hacerme prácticamente drogadicto, no lograron nada. Luego probé con videntes y parapsicólogos de ésos que salen en la tele y que recomiendan los amigos, pero después de rituales extraños, muchos miles de pesetas y varios siglos de mala suerte por romper espejos, desistí.

Intenté comunicarme con mi reflejo, siguiendo consejos de algunos videntes y de los psicólogos, que me decían que podría ser mi subconsciente que trataba de decirme algo; pero no conseguía nada.

Hasta que llegó el día fatídico.

Me miré al espejo, ya con una curiosidad morbosa de ver qué hacía mi reflejo ese día. Pero no hacía nada. Era mi reflejo, el mío; o eso creía recordar. Me moví de un lado a otro, y mi reflejo lo hacía también. No con el retardo de varios segundos de otras veces, sino al mismo tiempo. Me miré la cara y no vi nada raro. Me miré a los ojos fijamente. En ese momento me dio un pequeño mareo y cerré los ojos. Los volví a abrir y me encontré mirándole a él otra vez. Ahí estaba, sonriéndome con sus ojos fríos. Pero había algo raro.Entonces lo entendí. Me asaltó una bofetada de frío en el estómago debido al ataque de pánico que sentí. Le estaba viendo como desde una ventana.

Yo estaba dentro del espejo.

Desde entonces he estado presenciando mi vida desde los espejos. Incluso mientras él dormía yo lo estaba viendo, aunque estuviera a oscuras. Además se encargaba de poner espejos en todos los lugares de la casa para no darme descanso.

Llevo así cuarenta años.

Él ha muerto.

Estoy presenciando mi propio funeral, con gente a la que no conozco pero que sin embargo son amigos míos desde hace lustros. Desde el espejo del velatorio estoy viendo mi cuerpo en un ataúd pomposamente decorado. Pero me da igual. Por fin voy a poder descansar en cuanto me entierren.

Oigo comentarios acerca de la extraña última voluntad que él solicitó. No sé de qué hablan. No había espejos en la habitación del hospital donde murió.

Han cerrado el ataúd. Ya lo entiendo. Me doy cuenta de hasta dónde llegaba la maldad de ese ente que ocupó mi cuerpo. Si pudiera moverme gritaría y daría patadas y puñetazos.

Ha hecho que pusieran un espejo dentro del ataúd.

Estoy condenado a ver cómo se descompone mi cuerpo y se convierte en un montón de huesos.

Durante toda la eternidad.

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